El camino hacia la paz no es fácil, pero sí es necesario

​Photo by Fabien Wl on Unsplash.

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​César Moya es profesor e investigador de la Universidad Reformada en Barranquilla, Colombia. Anteriormente sirvió catorce años con su esposa Patricia Urueña y familia en Quito, Ecuador, con la Red Menonita de Misión.

El 24 de agosto marcó seis meses desde la invasión más reciente de Ucrania por parte de Rusia. La violencia a gran escala es una plaga que ocurre en muchos lugares de nuestro mundo, sin embargo, el conflicto en Ucrania continúa destacándose en las noticias y en la mente de muchas personas en el norte global.

Los anabautistas tienen una larga tradición de negarse a enfrentar la violencia con violencia. Sin embargo, para muchos anabautistas en América del Norte, cuyos antepasados vivieron en Ucrania y las áreas circundantes, ver imágenes y reconocer los nombres de ciudades arrasadas, y ver familias huyendo de su país de una manera no tan diferente a la de sus propios antepasados, les dio una conexión personal con un conflicto físicamente distante.

"¿Cómo puedo ser un testigo de paz en tiempo de guerra?" es una pregunta que sigue siendo tan relevante hoy como lo era el 24 de febrero. Los anabautistas de todo el mundo que viven en comunidades donde la violencia es una realidad continua profesan sus respuestas en su testimonio diario. El siguiente artículo da un ejemplo de un testimonio de paz.

La violencia y las armas siempre han sido una tentación para la humanidad. El mismo Jesús y sus discípulos la enfrentaron; cuando Jesús estaba a punto de ser apresado algunos de sus discípulos lo incitaron al uso de las armas, pero él rechazó esta opción (Lc. 22:36-38). Y en otra oportunidad invitó a sus discípulos no solo a rechazar la violencia sino a amar al enemigo, acto que se traduce en no vengarse de quien nos hace daño (Mateo 5:43-48). Por lo tanto, el seguimiento a Jesús no solo se traduce en una confesión de fe sino en seguirlo en el camino de la cruz, y esto implica una ética de la no violencia.

Los anabautistas del siglo XVI encarnaron bien la ética de la no violencia, a pesar de la persecución y martirio a que eran sometidos por causa de su confesión en Cristo. Ellos consideraban que el evangelio de Jesús era un evangelio de paz y que no había ningún indicio en el relato bíblico de que Jesús hubiera hecho uso de la violencia. Entendían que el reinado de Dios era un reinado de paz que se oponía al reino de este mundo. Por lo tanto, la comunidad de creyentes debería ser constructora de paz, de tal manera que rechazara el uso de las armas y la participación en guerras. De ahí que consideraran que la doctrina de la guerra justa, proclamada por Agustín, no era compatible con el evangelio pacificador de Jesús, que «las armas deberían convertirse en instrumentos de trabajo y que nadie debería alistarse para hacer la guerra» (Isaías 2:2-4).  

En mi trabajo como docente e investigador de la Universidad Reformada he visitado comunidades que siguen el camino de la no violencia, la no venganza, el abandono de las armas y el rechazo a la guerra. Una de esas comunidades es Tierra Grata, que vive desde hace más de cinco años en medio de las montañas en la costa Caribe colombiana, en uno de los llamados territorios de paz que existen en varias regiones del país. Es una comunidad constituida por excombatientes, hombres y mujeres, de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia-Ejército del Pueblo), que firmaron el Acuerdo de paz con el Gobierno colombiano en noviembre de 2016 después de 50 años de conflicto armado.

De mis visitas y conversaciones con sus integrantes puedo testificar que estas comunidades no solo han dejado las armas y las labores propias de la guerra, sino que ahora son constructoras de paz trabajando en la reparación de sus víctimas de la guerra, apoyando a comunidades rurales y madres cabezas de familia, desarrollando proyectos comunitarios y productivos. Han convertido «sus espadas en arados y sus lanzas en hoces»; antes sus conocimientos y habilidades estaban puestos al servicio de la guerra, ahora son puestos al servicio de la paz. En palabras de uno de ellos «es una apuesta para la reconciliación para la generación venidera».

Sin embargo, para ellos, mantenerse en el camino de la paz no ha sido fácil. El incumplimiento de varios puntos del Acuerdo de Paz por parte del gobierno y de los asesinatos de cerca de 300 excombatientes, en diferentes partes del país, los ha puesto a prueba. La tentación de volver a la violencia y las armas sigue latente. A pesar de ello se han mantenido firmes en su compromiso con la paz y el anhelo de que la guerra no vuelva más. Así lo cantó en nuestra vista uno de los integrantes de Tierra Grata:

Sí, la guerra es lo peor, es la verdad,

en los campos y la ciudad solía llorar,

por la muerte y el terror que da dolor,

la gente no podía hablar por el temor.

Por eso señora paz venga pacá,

yo te abro el corazón vamos a hablar,

si llegaste a Colombia de verdad,

fue de la blanca paloma que se va,

Mi Colombia ha sufrido tanto de verdad,

yo te ruego por favor quédate acá,

para que en Colombia haya libertad,

y la guerra ¡ay Dios mío! no vuelva más.

En suma, en la comunidad de Tierra Grata se vislumbra la práctica de la noviolencia tal como nos lo enseñó Jesús y nuestro legado anabautista. Tal práctica requiere no solo de buena voluntad, sino de acciones concretas tales como el abandono de las armas y el compromiso firme de no ir a la guerra. Ellos han reconocido que la fuerza no es el camino para lograr los cambios, además de que los costos de la guerra, tanto económicos como morales, son mucho mayores que el camino de la paz. Por lo tanto, ellos consideran que mantenerse en los territorios de paz y participar en las decisiones del país a través de la participación política es un mejor camino.