Imagine que está atravesando una situa-ción dolorosa. Algunos de nosotros no necesitamos imaginarlo. Imagine que cuando ora, le pide a Jesús que lo envuelva en sus brazos y lo consuele. ¿Cómo serán los brazos de Jesús? ¿Acaso importa?
Creemos que sí. Nuestra imagen de Jesús determina lo que pensamos sobre Jesús y la manera en que nos tratamos unos a otros.
La Biblia no dice mucho acerca del aspecto físico de Jesús. Lo que sabemos es que era un hombre judío de Israel/Palestina. A menudo, las imágenes de Jesús se parecen a los artistas que las crearon. Lamentablemente, la imagen de un Jesús blanco es la imagen dominante, y como tal, determina la forma en que concebimos nuestra fe y la forma en que tratamos a nuestro prójimo. Si no cuestionamos nuestras imágenes mentales, se convierten en un justificativo implícito para el prejuicio étnico, la esclavitud, la segregación y otros pecados que se basan en la idea de que determinada raza es mejor que todas las demás.
Esto no es lo que Jesús enseñó. Jesús vino a arrancar de raíz la hostilidad que hemos sembrado entre nosotros. Y nos llama a nosotros, sus seguidores, a hacer lo mismo. Estamos llamados a examinar nuestra manera de ver el mundo y a seguir los pasos del Salvador que derribó barreras y desafió presuposiciones.
Persisten las raíces del pecado del racismo, y se han desarrollado y convertido en prácticas y sistemas destructivos. A menudo son difíciles de distinguir, pero se revelan en la falta de oportunidades económicas que tienen las comunidades étnicas/raciales, en la epidemia de la fuerza letal usada en contra de las personas de color, y en el trato inhumano de los inmigrantes y sus hijos.
Aunque para algunos sea incómodo escuchar que Jesús no era blanco, reconocer este hecho es un paso importante hacia la justicia y la reconciliación para todos los hijos de Dios.
Ore para que todos identifiquemos nuestros propios prejuicios raciales y que podamos arrancarlos de raíz.
Encarnar la iglesia, parte 4:
Encarnar la iglesia
Esta breve reflexión de Joshua Garber es la última parte de una serie de cuatro secciones. Joshua Garber, junto a su esposa Alisha y su hijo Asher, brinda su servicio en Barcelona, España. La serie examina cuatro elementos centrales que iluminan el camino para las comunidades de fe que están comprometidas con lo que significa ser iglesia hoy.
Por Joshua Garber
Acercarnos a nuestros enemigos y amarlos, con el mismo fervor que a nuestros vecinos. En realidad no hace falta ser cristiano para amar a alguien. Como señala Jesús, el Imperio nos dice que amemos a nuestros amigos y odiemos a nuestros enemigos, pero no compartimos ese sentir. Al fin y al cabo, cualquiera puede amar a alguien con quien tiene afinidad. Muchas personas no quieren admitir que tienen enemigos, pero las tóxicas divisiones culturales, étnicas y políticas que sufrimos demuestran lo contrario. Es interesante señalar que las personas no siguen siendo enemigas por mucho tiempo cuando usted las ama de manera activa.
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Identifique a quién enseña el Imperio que tanto usted como su comunidad deben temer y odiar.
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Construya relaciones con personas que no comparten los mismos valores que usted.
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Ofrezca su servicio voluntario a un grupo minoritario marginado. Invite a alguien con quien usted se relaciona normalmente que lo acompañe.
Para mantenerse informado sobre Alisha, Asher y Joshua, visite
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